La educación ha sufrido un cambio considerable en los últimos años y ello es debido a diferentes factores que condicionan el desarrollo de nuestro alumnado. Algunos de estos factores están referidos al ámbito en el que se desarrolla el individuo, como por ejemplo: la familia, el ambiente o la clase social en la que ha nacido. Por otro lado, nos encontramos con otros factores de carácter global, pero no por ello menos condicionantes. Entre ellos podemos mencionar: el desarrollo del país, las inversiones realizadas en educación, la cantidad y calidad de métodos pedagógicos, el nivel cultural, la demanda social de educación e, incluso, el interés político que ofrece la escuela en un momento dado.
Todos estos factores hacen que, como maestros y maestras, reflexionemos sobre nuestra práctica docente y el impacto que ésta tiene en nuestros alumnos y alumnas. Esta reflexión muestra la evidente necesidad de un cambio metodológico en nuestras aulas para conseguir el máximo desarrollo de nuestro alumnado. Si bien es cierto que muchos colegios llevan años apostando por este cambio, un alto porcentaje sigue llevando a cabo prácticas docentes tradicionales que distan de ser beneficiosas para el alumnado del siglo XXI.
Con la entrada en vigor de la LOE (2006) surgió una nueva forma de ver la educación y gran parte de culpa la tienen las ya conocidas competencias básicas, que con la LOMCE (2013) han terminado de asentarse en nuestro currículo. Como bien sabemos, estas competencias van más allá de lo meramente referido a la escuela ya que su objetivo es crear personas capaces de de resolver los problemas que se les planteen a lo largo de su vida e intervenir de forma eficaz en una sociedad en constante cambio.
Para llevar a cabo un trabajo competencial en nuestras aulas, resulta imprescindible la utilización de metodologías activas ya que éstas permiten el desarrollo de más de una competencia al mismo tiempo. Es sabido que la educación actual requiere la simulación de experiencias reales en el aula para que nuestros niños y niñas adquieran el bagaje necesario que les permita ser autónomos en situaciones similares fuera de la escuela. Para que esto se produzca, no debemos utilizar solamente metodologías activas, sino que éstas deben ser variadas para favorecer la motivación de nuestro alumnado.
Este cambio metodológico propuesto exige que los docentes sigamos formándonos de manera permanente a lo largo de nuestra vida laboral. Sin embargo, no existe mejor formación que el intercambio metodológico que puede surgir en nuestros centros. Los maestros y maestras debemos estar abiertos al intercambio de experiencias con el equipo docente de nuestro colegio. Recordemos que la forma más efectiva de aplicar metodologías activas en nuestras aulas es mediante el consenso y la cohesión del claustro, lo que dará a nuestra práctica docente un salto de calidad al seguir una linealidad metodológica.
Para terminar, mencionar que los distintos diseños curriculares autonómicos hacen pequeños guiños a la utilización de metodologías activas en nuestras aulas, pero, sin embargo, en la Orden ECD/65/2015 queda especificada la necesidad de utilizar metodologías activas en nuestras practicas docentes. Esta orden, en su anexo II, nos habla concretamente de metodologías activas como el aprendizaje basado en proyectos o las estructuras de aprendizaje cooperativo. En este punto, debemos plantearnos la siguiente pregunta.
Si la actual legislación nos dice que tenemos que utilizar metodologías activas y nos propone alguna de ellas en concreto. ¿Por qué no lo hacemos en todos nuestros centros?
Adrián Fanjul. Responsable de programación en Opos Madrid.